Hay tres cosas que nunca se podrán recuperar: un
puñado de tierra arrojado al mar; el tiempo una vez
ido y la palabra una vez dicha.
Todos los lectores tienen un escritor secreto al que regresan cada vez que quieren ser ellos mismos, como afirmara el escritor Tomás Eloy Martínez, en un texto publicado en este diario, con el título de El escritor secreto. Confiesa que desde la adolescencia su escritor secreto fue Julio Verne, hasta que Borges lo desengañara y demostrara que Wells lo superaba con exceso.
Dos siglos han pasado desde que Felipe Dormer Stanhope conde de Chesterfield-, escribió a su hijo -de estudio por universidades de Europa-, 422 cartas que harían célebre su nombre. En 1811 se hizo una publicación, incluyendo tan solo 157 cartas, ya que algunas se perdieron y otras envejecieron. La Biblioteca de la Superación Personal -célebre fuente de cultura-, al final de la década del 50 publicó el libro al que hago referencia, -Cartas a su hijo-, seleccionando 30 cartas adecuadas para el lector moderno.
Debo confesar que el Conde de Chesterfield es el escritor secreto que me acompaña desde mi juventud. Me convocan mencionarlo y recordarlo, párrafos leídos en los rezos de Rosh Hashaná -Año Nuevo Judío- y de Yom Kipur -Día del Perdón-.
En Rosh Hashaná recitamos: Dios de justicia, perdónanos y compadécenos. Haz que tu clemencia venza a tu ira, contra nosotros y trátanos, Señor, nuestro Dios, con indulgencia y benevolencia. Y con tu bondad tan grande, retira tu ira de tu pueblo, de tu ciudad, de tu tierra y de tu herencia.
En Yom Kipur pedimos perdón por el pecado cometido por ignorancia, por arrogancia, por violencia, por deformación, por altivez y otros motivos.-
Es decir, le imploramos a Dios que retire su ira. Y cabe una pregunta: ¿aquí, en la tierra, nosotros, hemos retirado nuestra ira? ¿No deberíamos comenzar por retirar primero nuestra propia ira exhibiendo un amor permanente hacia una paz duradera que no reclama pensamientos uniformes, sino un uniforme sentimiento de comprensión y respeto por el otro?
Volviendo al Conde de Chesterfield, comienza todas sus cartas de esta forma: Mi querido hijo. Menciona en una de sus cartas esta sentencia que quiere inculcar en la mente de su hijo: suave en el modo y firme en la conducta, ya que el hombre acalorado y colérico, de temperamento violento desprecia el suave en el modo y suele descontrolarse en la conducta. Puede creerse triunfador algunas veces, cuando tenga que enfrentarse con gente débil o tímida, aconsejándole no olvidar que el más común destino de los que actúan así, será chocar, ofender, lesionar, sucumbir y también convocar al odio. El hombre hábil y prudente es aquel que une el suave en el modo y firme en la conducta. Le recomienda: quiero que grabes en tu corazón y en tu mente este consejo: al primer impulso de tu ira, guarda silencio hasta que consigas calmarte, trabaja hasta dominar tu semblante. Y serenamente, actúa después, con la calma y calidez propia de los que dominándose a sí mismos, se alejan de la intemperancia.
Al referirse a la buena educación y a las señales de respeto le advierte que esas cualidades dependen en gran parte del grado de buena educación que posea, agregando que nunca puede ser demasiado temprano para que empiece a cultivar esa cualidad. Mas aún, cuanto antes sea, le será natural y habitual el practicarlas, física y espiritualmente; tus miradas deben ser tan corteses como tus acciones; si dices una cosa galante mirando con aspereza nadie te agradecerá urbanidad.
Cuando el padre recibe una carta de uno de los profesores de su hijo, Mister Maittaire, en la que menciona los adelantos de aquel, el padre le envía una carta diciéndole lo siguiente: Querido hijo, el ser alabado por un hombre digno de alabanza ha sido siempre una ambición recomendable, sugiriéndole fomentarla para continuar mereciendo los elogios de un hombre acreedor a ellos y muestra su rigor de padre severo: mientras lo hagas así obtendrás de tu padre todo el apoyo que necesites; pero cuando ceses de hacerlo, nada debes esperar de mi.
En otra de sus cartas le pide que grabe en su mente y en su corazón una frase de Cicerón: El estudio mejora la juventud y divierte la vejez; adorna la prosperidad y proporciona un refugio y consuelo en la adversidad; deleita en el propio suelo y no estorba en el ajeno; hace la noche menos triste; es un compañero alegre y divertido en los viajes y nos entretiene en la soledad de los trabajos.
Referente a los placeres le manifiesta que son la roca donde se estrellan la mayor parte de los jóvenes que se lanzan a toda vela en busca de ellos, pero sin brújula para dirigir su curso o conocimiento suficiente para manejar el bajel. Cultiva los placeres con tanto ahínco como el estudio. Pero mídelos, contrólalos y contribuirá a tu plenitud de hombre.
Finalmente reflexiona sobre el arte de agradar, que considera muy difícil de adquirirlo. Un paso productivo y feliz- será el siguiente: Haz con los demás lo que quisieras que hiciesen contigo. Se circunspecto, alegre y jovial. Complementa esto, desterrando hablar de ti mismo en las conversaciones. Nunca entretendrás a las gentes con tus asuntos personales o privados: aún siendo interesante para ti, serán fastidiosos para los demás. Comienza por dar tu opinión modestamente. Nunca sostengas un argumento con clamor y calor, aunque sepas positivamente que tengas razón; pero da tu opinión modesta y fríamente que es el único medio para convencer.
He aquí una bella reflexión paterna: Sé que suelen recibirse mal los consejos; sé que los que más los necesitan son los que menos gustan de ellos. No es mi ánimo el mandarte como padre: solo trato de aconsejarte como amigo indulgente; y no es mi objeto contrariar tus placeres, en los que solo quiero ser tu guía y no tu censor.
No pocas veces en mi vida las lecturas de estos consejos escritos hace 265 años, me alertaron sobre mis defectos de hijo y falencias de padre.
Si esta evocación arroja un rayo de luz sobre las tinieblas de las relaciones humanas en nuestro tiempo, habré cumplido mi cometido.-
Jack Benoliel