La relación entre el médico y el paciente es un vínculo indispensable para la práctica médica. Hipócrates decía que la medicina se dividía en filia, diagnóstico, pronóstico y tratamiento. Además sostenía que sin la filia no se podía realizar el resto de la actividad médica. Filia era la relación médico-paciente.
En el curso de los siglos el médico fue cambiando su disfraz, entendiendo por éste su actitud ante el paciente. En los inicios de la medicina el médico necesitaba disfrazarse de brujo , de esta forma ocultaba la ignorancia con la magia. Tiempo después la religión asumió un rol protagónico en la cura del paciente. El galeno adquiere entonces la mística que el disfraz de sacerdote le transfiere, caracterizando al oscurantismo que por siglos detuvo el avance de la ciencia.
Recién en el siglo XVIII comienzan a edificarse los cimientos que luego consolidaron la medicina moderna y es a fines del siglo XIX donde se afianza la imagen del médico, reconociéndose en él una figura respetada y dominante pero con un neto perfil paternalista.
El impacto tecnológico del siglo XX revoluciona al conocimiento médico, perdiendo el mundo su capacidad de asombro. Así se logra ponerle remedio entre otras enfermedades a la tuberculosis y a la sífilis, conocer los antibióticos, descubrir las diferentes vacunas que permiten prevenir enfermedades, para finalmente concretar la utopía de reemplazar aquellos órganos que disfuncionan. La biología molecular, la ingeniería genética, el uso de las imágenes aplicadas al diagnóstico y los nuevos métodos quirúrgicos hacen a la terapéutica más eficiente, reduciendo su morbi-mortalidad.
Estos aportes y el acceso a la informática llevaron a un cambio en la actitud pasiva del paciente de escuchar y obedecer, para preocuparse y demandar del médico el ser informado de la enfermedad que lo aqueja.
Al adquirir el médico mayor conocimiento en el manejo su arte, gana en seguridad pudiendo entonces dejar de lado aquella actitud solemne que ponía distancia, que ayudaba a ocultar su desconocimiento para utilizar aquella que más le corresponde: el ejercicio de su humanidad.
Sobran las razones que reclaman la actitud humanística del médico, cuyo resultado es la mejor relación con el paciente. Sin embargo es dudoso que el modelo del médico humano sea universalmente impuesto. Es probable que las dificultades para su ejercicio sean diferentes a lo largo de la geografía del mundo.
En los países industrializados el desarrollo tecnológico asociado al importante rol de la enfermera son variables que impactan en la actividad del médico pareciendo interponerse en la relación entre el médico y el paciente. En cambio la poca remuneración profesional, la gerenciación de la salud y la consecuente diversificación del acto médico son realidades a considerar en países en desarrollo.
Todas estas razones que se dan en la globalización del mundo explican, pero no justifican que el médico no exhiba en los hechos, una mejor relación con el paciente.
A lo largo de la vida cada uno de nosotros tiene la posibilidad de observar la conducta de aquellos que ejercen por su cargo o por su predicamento el rol de maestros. Existen los que siendo un modelo positivo influencian con su ejemplo, otros en cambio lo son al poner en evidencia que es precisamente lo que no se debe imitar (modelo negativo).
La buena relación con el paciente exige escucharlo, entenderlo, contenerlo y ayudarlo. La palabra del médico es tan importante y necesaria, como el silencio que se le debe otorgar al paciente en la entrevista. Eso es humanidad. La retribución que de él recibe es el afecto que robustece el vínculo. Si uno es querido por sus pacientes es, más allá de su eficiencia en lo profesional, porque ha proyectado la imagen de ese ser humano que el enfermo implícitamente reclama.
Si se favorece esta práctica las horas de trabajo pesan menos, el buen vínculo estimula el humor y la filia preserva la salud.
Es poco probable imponer el modelo del médico ideal ya que éste simplemente se sugiere, pero se puede argumentar que el lograrlo contribuye a nuestro propio bienestar: en la vida la felicidad no reside en hacer lo que uno quiere sino en querer lo que uno hace . El resultado final es disfrutar y gozar por lo que hace. Sería imposible concretar esto último si no se cultivara la tantas veces invocada relación médico paciente.
Hugo Tanno
Profesor Titular de Gastroenterología
Director de la Carrera de Post Grado en Gastroenterología
Facultad de Medicina de la U.N.R.